FRIEDRICH HÖLDERLIN
El Archipiélago (fragmento)
Citado de FRIEDRICH HÖLDERLIN. El Archipiélago (fragmento) Traducción de ©Luis Díez del Corral. Primera edición “El Libro de Bolsillo” © Alianza Editorial, S.A. Madrid, 1979.España. ISBN: 84-206-1729-6. Depósito Legal: M.29.636-1979 (/…/).
(Pag. 77-85)*(/…/)
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¡Ay, los hijos de la dicha, los devotos! ¿Vagan acaso ahora lejos
por la tierra de los padres, olvidados de los días del destino,
al otro lado del Leteo, y ningún anhelo puede hacerles volver?
¡Nunca los verán mis ojos! ¡Ay! ¿Nunca os encontrará por los mil senderos
de la tierra verdeante el que os busca, ¡figuras iguales a los dioses!,
y entendí yo, por ventura, vuestro lenguaje, vuestra leyenda tan sólo
para que mi alma siempre triste huyera
antes de tiempo hacia vuestras sombras?
Mas quiero acercarme a vosotros, allá donde crecen todavía
Pues los celestes descansan gustosos en el corazón sensible,
y siempre, como entonces, las potestades inspiradoras de grado
acompañan al hombre esforzado; y sobre los montes de la patria
descansa, impera y vive omnipresente el éter,
para que un pueblo amante, acogido en los brazos del Padre,
esté humanamente alegre, como entonces, y que un espíritu sea común a todos.
Mas, ¡ay!, nuestro linaje vaga en la noche, vive como en el Orco,
sin lo divino. Ocupados únicamente en sus propios afanes,
cada cual sólo se oye a sí mismo en el agitado taller,
y mucho trabajan los bárbaros con brazo poderoso,
sin descanso, mas, por mucho que se afanen, queda infructuoso,
como las Furias, el esfuerzo de los míseros.
Hasta que, despertando de angustioso sueño, se levante
el alma de los hombres, juvenilmente alegre, y el hábito bendito del amor,
de nuevo, como muchas veces antes entre los hijos florecientes de la Hélade,
sople en una nueva época, y el espíritu de la naturaleza,
el que viene desde lejos, el dios, se nos aparezca entre nubes doradas
sobre nuestras frentes más libres, y permanezca en paz entre nosotros.
¡Ay! ¿no vienes todavía?, y aquéllos, los nacidos divinos,
continúan viviendo, ¡oh día!, solitarios en lo profundo
de la tierra, mientras una primavera, siempre viviente,
apunta sobre la cabeza de los mortales, sin que nadie la cante.
¡Pero no por más tiempo! Ya oigo a lo lejos el canto coral
del día de fiesta sobre la verde colina y el eco del bosquecillo,
donde se levanta el pecho de los adolescentes, donde se funde
sosegadamente el alma del pueblo en la más libre canción en honor del dios,
al que corresponde la altura, mas para quien los valles también son sagrados;
pues allá donde gozosa se apresura el agua con creciente juventud
entre las flores del campo, y donde maduran en llanuras soleadas
el noble trigo y los árboles frutales, se coronan contentos
para la fiesta los devotos; y sobre la colina de la ciudad resplandece,
igual que una vivienda humana, el pórtico celeste de la alegría.
Pues toda la vida se ha llenado de sentido divino,
y, perfeccionando todo, vuelves a aparecer, como entonces, por todas partes
ante tus hijos, ¡oh naturaleza!, y, como de montaña rica en manantiales,
fluyen de aquí y de allá bendiciones sobre el alma germinante del pueblo.
Luego, luego, ¡oh vosotras, alegría de Atenas!, ¡vosotras, hazañas de Esparta!
¡deliciosa primavera de Grecia! Cuando venga vuestro otoño,
cuando volváis, maduros, ¡vosotros, todos los espíritus del pasado!
—¡pues he aquí que está cerca el cumplimiento del año!—,
que os alcance la fiesta también a vosotros, ¡días pretéritos!
¡Mire el pueblo hacia Grecia, y, llorando y agradeciendo,
sosiéguese en los recuerdos el orgulloso día del triunfo!
Pero floreced mientras tanto, hasta que maduren nuestros frutos,
floreced, entre tanto, solamente vosotros, ¡jardines de Jonia!
¡Y vosotras, graciosas yedras de las ruinas de Atenas,
encubrid la tristeza al día que contempla!
Coronad con follaje eterno, ¡vosotros, bosques de laureles!,
las colinas de vuestros muertos, allá junto a Maratón,
donde los jóvenes murieron venciendo; ¡ay!, allá en los campos de Queronea,
donde con armas huyeron los últimos atenienses,
eludiendo el día de la ignominia; allá, allá bajan de los montes
todos los días lamentos al valle de la batalla; ¡allá descendéis vosotras,
aguas caminantes, desde las cumbres del Oetas, cantando la canción del destino!
Pero tú, inmortal, aunque ya no te festeje la canción de los griegos,
como entonces, resuena a menudo, ¡oh dios del mar!,
con tus olas en mi alma, para que prevalezca sin miedo el espíritu
sobre las aguas, como el nadador, se ejercite en la fresca
dicha de los fuertes, y comprenda el lenguaje de los dioses,
el cambio y el acontecer; y si el tiempo impetuoso
conmueve demasiado violentamente mi cabeza, y la miseria y el desvarío
de los hombres estremecen mi alma mortal,
¡déjame recordar el silencio en tus profundidades!
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FRIEDRICH HÖLDERLIN
/…/ EL ARCHIPIÉLAGO FRIEDRICH HÖLDERLIN
Prólogo a la segunda edición (1971). Por Luis Díez del Corral
La primera edición de este librito es de fecha lejana, 1942. Se agotó muy pronto, no por los méritos del que estas líneas escribe, sino, naturalmente, por los del gran poeta que entonces comenzaba a interesar al público de habla castellana. Los anos han ido pasando sin que se llevase a cabo la reedición de El Archipiélago, pese a que sucesivos traductores de Holderlin no estimaron necesario realizar una nueva versión del poema. El deseo de poner al día el estudio preliminar ha sido, al menos, pretexto para la tardanza. Pero los trabajos publicados sobre el vate alemán han ido creciendo tanto en número y calidad, que tal propósito resulta prácticamente irrealizable. Además, a medida que pasaba el tiempo el referido estudio preliminar cobraba autonomía y se resistía a una posible manipulación por parte de su autor, incluso en los detalles. Es ésta una experiencia bastante corriente, y mas en estos años de rebeldía contra el patemalismo y aun la misma paternidad, que se extiende también a la filiación en el orden literario, y que, por cierto, habría sorprendido a Holderlin, propenso a reelaborar varias veces un mismo poema. He de confesar que, al releer la traducción y el estudio que le antecede con el fin de introducir algunas correcciones inevitables, he sentido una paternalista complacencia, bien que agriada por cierto desengaño. Pues me ha parecido que el opúsculo, casi juvenil, prometía en cuanto al rendimiento de la pluma del autor más de lo que hasta la fecha ha dado de sí. Pocas cosas más tristes para un autor que oír alabanzas de sus obras primeras a costa, aunque sea tácitamente, de las posteriores, más maduras y valiosas por tanto, en principio, siendo mayor la contrariedad sentida cuando el juicio se emite por la propia conciencia crítica. Ambivalencia sentimental que se ha visto acompañada por la que todavía se desprende de las circunstancias que rodearon el nacimiento de mi afición a Holderlin. Tal afición, junto con otra gemela a Rilke que ha dado frutos más tardíos —en un capítulo del libro La función del mito clásico en la literatura contemporánea—, vino a significar un intento de evasión en la época dolorosa de nuestra guerra civil. Cierto es que se trataba de una actitud evasiva en correspondencia con una inclinación personal, viva ya en tiempos escolares, la cual se acentuó con motivo del “Crucero del Mediterráneo” organizado en 1933 por la facultad de Filosofía y Letras de Madrid bajo la dirección de su Decano, don Manuel García Morente, y de la más inmediata que correspondiera a don Manuel Gómez Moreno como cabeza del grupo al que tuve la suerte de pertenecer. Tal inclinación ha dado frutos intermitentes en el curso del tiempo, a los que parece oportuno referirse en este momento, no sólo por mor de recapitulación biobibliográfica, disculpable con los años, sino en justificación obligada ante los lectores de quien se presenta de nuevo como traductor y comentarista del poema más ambicioso entre los escritos por uno de los más excelsos poetas que han existido, sin exhibir títulos especiales como literato, germanista o historiador de la poesía. Séame permitido, pues, exponer como pliego de descargo ciertas consideraciones que me han venido a las mientes mientras corregía el texto. Visto ya en larga perspectiva, preséntase como punto de arranque de un camino jalonado por distintas obras con aire familiar. Aparte del libro ya citado, el que lleva por título Mallorca, y no pocos de los trabajos recogidos en otro, Ensayos de arte y sociedad, así como el curso dado en el “Instituto de Humanidades” fundado por Ortega y Gasset, el año 1950, sobre «La historia del Régimen Mixto como idea y como forma política», con texto inédito salvo en lo relativo al pensamiento de Platón. El mismo nombre de otro libro, El rapto de Europa, se encuentra en la línea de las preocupaciones que supone la traducción de Hölderlin, y tampoco le son ajenos los estudios sobre las actitudes ante el mundo clásico de Velázquez, Ortega y Tocqueville. Lista de temas demasiado abigarrada, donde se mezclan los que caen dentro de la órbita de la disciplina universitaria de que soy titular con los que implican peligrosas desviaciones de signo esteticista. En definitiva, grandeza y servidumbre de eso que se ha llamado la vocación humanista, si es que uno mereciera el alto honor de haberla servido. Pero ya es hora de acabar con el escándalo de hablar tanto de sí mismo mientras se prologa a un escritor que siempre acertó a sublimar en cánones supremos su particular experiencia vital. ____________
Luis Díez del Corral. (1971). Tomado de: Primera edición “El Libro de Bolsillo” © Alianza Editorial, S.A. Madrid, 1979.España. ISBN: 84-206-1729-6. Depósito Legal: M.29.636-1979.